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Voces para la paz (I)

viernes, 7 de mayo de 2010

Voces para la paz (I)
Luis Fernando Fernández Ochoa Doctor en Filosofía de la Universidad de Salamanca (España)
Profesor Facultad de Filosofía, Universidad Pontificia Bolivariana, Medellín elpulso@elhospital.org.co

¿Qué puede hacer el ciudadano de bien para encender una luz en medio de las tinieblas del conflicto que nos aqueja? ¿Qué podemos hacer Usted y yo que no hacemos parte del gobierno y, por lo tanto, no tenemos injerencia en la toma de decisiones estratégicas? Esta es una pregunta que con certeza nos habremos formulado en alguna ocasión. Hoy, estimado lector, quiero hacerle una propuesta, extenderle una invitación a reflexionar sobre un tema en el que tal vez no haya pensado y que podría ser una de sus contribuciones para la construcción de una Colombia y un mundo en paz.
¿Se ha puesto a pensar alguna vez en su manera de hablar? ¿En las palabras que pronuncia y el tono en que las dice? Sin darnos cuenta empleamos un vocabulario violento que introduce divisiones y sinsabores y va minando la armonía familiar y social. Por ello lo invito a «desarmar» su lenguaje y a acordar la paz lingüística. Vayamos concretando. Casi todos anhelamos un país en orden y en paz y quisiéramos luchar contra la violencia y la corrupción, ¿no es así? El propósito es muy laudable, pero dése cuenta que hemos usado la palabra lucha. Nuestro vocabulario usual contiene muchos términos y expresiones violentas que proferimos sin detenernos a pensar en sus efectos.
El filósofo y moralista español José Luis L. Aranguren, en El futuro de la Universidad y otras polémicas, escribió que «no basta intentar renunciar a la violencia; es preciso evitar el vocabulario de la violencia, la violencia como metáfora». Sería interminable la lista de expresiones «bélicas» que usamos desprevenidamente y que al interiorizarlas deterioran la sana convivencia: ira divina, Dios de los ejércitos, guerra santa, lucha contra el cáncer, frente sindical, batalla contra el sida, brigadas de la salud, rearme moral, cruzada ética, victoria aplastante, cerrar filas contra, atrincherarse en su condición de, bombardeo de preguntas, escudo humano, estrategia publicitaria, campaña agresiva, tácticas pedagógicas, explosión de colores, derrotar la ignorancia, cohorte de postgrado, deserción estudiantil, exterminio de la injusticia, banda marcial, asaltar en la buena fe, militancia política, contienda deportiva, combate futbolístico, disputarse el título mundial, jugar a la ofensiva, disparo de la inflación, esgrimir un motivo, farmacia de guardia, conquista amorosa, tener en la mira un objetivo, dar en el blanco, «sin novedad en el frente», «matar el tiempo», «la venganza es dulce», catapultar una persona a una posición de privilegio, duelo político, profesional competente, situación explosiva, mujer de armas tomar, guerra de almohadas, etc., ejemplos todos ellos de una cierta violencia verbal.
Podría objetarse que son tan sólo palabras, tópicos que se repiten irreflexivamente; sin embargo, vocablos como estos introducen, por el rodeo lingüístico, la agresividad en el seno mismo de la vida y nos intoxican de belicismo, pues la violencia no es sólo de índole física, también verbalmente se puede violentar a alguien. El eufemismo puede ser connivencia con la injusticia, el engaño falaz y especioso es una forma de atropello, y el insulto equivale a una bofetada; además, toda palabra posee una carga emotiva, es decir, comunica al oyente el dolor, la alegría, la cólera, la tristeza o el desánimo del emisor. No hay palabra, por puramente emotiva que parezca, que no comunique alguna información, ni la hay tan fríamente descriptiva, que no proyecte un cierto halo emocional.
El lenguaje no es, por consiguiente, aséptico, no puede declararse neutral ni descomprometido moralmente. Esa ha sido la gran lección de la sociolingüística en el mundo de hoy, al señalar la imposibilidad de distinguir entre una sociedad y su lengua. En efecto, la sociedad puede, mediante el uso de los diversos lenguajes, conformar el modo de ser de las personas y hacer de ellas casi lo que quiera. Por eso, ser hombre es haber aceptado un papel en el teatro de la vida social, que es un relato, una madeja de palabras bien o mal intencionadas, un cúmulo de imaginerías y un circuito de significaciones y sin-sentidos. Por esa razón nos cabe una alternativa ética: rechazar los «guiones» violentos y decidirnos por los que mejor se ajusten a nuestra dignidad humana. En la próxima entrega meditaremos sobre las tres dimensiones del lenguaje con el fin de saber de qué manera será posible alcanzar lo que nos proponemos. Por ahora queda invitado, estimado lector, a revisar las palabras que usa y el modo como lo hace y, desde luego, a leer la segunda parte de este artículo.

NOTA: Esta sección es un aporte del Centro Colombiano de Bioética, CECOLBE.

http://www.periodicoelpulso.com/html/abr03/opinion/opinion.htm

Nota

Este es un espacio para compartir información, la mayoria de los materiales no son de mi autoria, se sugiere por tanto citar la fuente original. Gracias

Perfil

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Medellín, Antioquia, Colombia
Magister en Filosofía y Politóloga de la Universidad Pontificia Bolivariana. Diplomada en Seguridad y Defensa Nacional convenio entre la Universidad Pontificia Bolivariana y la Escuela Superior de Guerra. Docente Investigadora del Instituto de Humanismo Cristiano de la Universidad Pontificia Bolivariana. Directora del Grupo de Investigación Diké (Doctrina Social de la Iglesia). Miembro del Grupo de Investigación en Ética y Bioética (GIEB). Miembro del Observatorio de Ética, Política y Sociedad de la Universidad Pontificia Bolivariana. Miembro del Centro colombiano de Bioética (CECOLBE). Miembro de Redintercol. Ha sido asesora de campañas políticas, realizadora de programas radiales, así como autora de diversos artículos académicos y de opinión en las áreas de las Ciencias Políticas, la Bioética y el Bioderecho.

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