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Violencia, ¿sin límites?

viernes, 7 de mayo de 2010

Violencia, ¿sin límites?
Ramón Córdoba Palacio, MD - elpulso@elhospital.org.co

Los medios de comunicación han dado a conocer, en estos días, noticias de atroces comportamientos, inclusive de menores de edad que agreden a sus condiscípulos en forma grave -lesión en un ojo, lesión en el corazón, etc.-, y, por último, la masacre de once indefensos secuestrados, masacre que es una más de las muchas que han ocurrido en los años de lucha fraticida, aunque muchas de ellas no han merecido el despliegue publicitario de ésta; a todo esto debemos agregar los pocos o los muchos seres humanos indefensos que son asesinados en el vientre materno con la anuencia del
Estado y de los cuales poco se dice. -¿Qué diferencia ética, qué diferencia como conducta humana podemos establecer entre matar a seres indefensos en el monte y matarlos en el útero de la madre?-. Es preocupante el espantoso grado de fiereza que se apoderó de nuestro país y que parece no tener ningún límite: cada vez somos más crueles, con mayores tendencias homicidas y desde más temprana edad.
La crisis fundamental radica en un profundo deterioro del sentido humano del hogar, de la familia como centro de amor, de profundo respeto por la dignidad, por la libertad y por la existencia del ser humano, de la persona humana, del semejante. Infortunadamente en la unión de las parejas se han mezclado con inusitada frecuencia y vigor valores francamente inhumanos o, peor aún, anti-humanos. No se ama y ni siquiera se respeta a la pareja -hombre o mujer- por lo que es en sí, sino por lo que tiene: dinero, belleza, condición social, futuro laboral, capacidad de disfrute genital; y cuando una de estas cualidades secundarias, elevada a primordial, mengua o desaparece, o se encuentra otra persona con un caudal mayor de ella, los anteriores compromisos carecen de significación porque, como es frecuente oír, “yo tengo derecho a mi propia felicidad”, así implique pisotear y aniquilar otras felicidades, otras vidas, como holocausto al sumo egoísmo, a la suma egolatría. El cálculo reemplazó al amor: de allí las llamadas “parejas o matrimonios desechables”, tan corrientes hoy en día.
Es excepcional que la mentalidad y la voluntad violentas se formen súbitamente, por generación espontánea, en el monte -allí puede que terminen y se manifiesten frente a seres indefensos-. Casi siempre, por no decir siempre, se inician en el hogar, sutilmente estructuradas por las figuras de identidad del niño, por las conductas violentas, es decir, anti-humanas de dichas figuras y que éste, el niño, más adelante pretenderá superar, creándose así una espiral de violencia sin límites.
No pensemos que el ingrediente de la violencia y el maltrato sobre el niño, siendo muy importante, es único e indispensable en la formación de la mentalidad y de la voluntad a que venimos refiriéndonos. Por el contrario, con mucha frecuencia ese niño ha crecido en condiciones de sobreprotección para él, rodeado de un ambiente de defensa de sus derechos, defensa que sirve de explicación a sus mayores para atropellar a otros seres, derechos proclamados sin sus correspondientes deberes, pretendiendo ignorar que cada uno de los primeros requiere y crea, ineludiblemente, un deber que es tan importante y respetable como aquél, pero no lo enseñamos. En el ejercicio de derechos, en el abuso que se hace de ellos, promovemos y perpetuamos una violencia cada vez más inhumana, cada vez más cruel. Y la promovemos con acciones aparentemente inocuas pero de una terrible eficacia: la rumba nocturna estridente que perturba el descanso del vecindario, la forzosa exigencia a un conductor de abrirnos campo para adelantarnos unos cuantos puestos, etc. Este modo de enseñar la violencia es un mensaje no sólo para el niño que comparte “nuestro derecho” sino también para quien mira esas acciones o simplemente las conoce, para el llamado “niño de la calle” que reflexiona: si ellos pueden, ¿por qué no yo?, y los imita.
A esta campaña de violencia sin límites se han sumado las instituciones educativas que ante el desmesurado despliegue de los derechos -el libre desarrollo de la personalidad, entre otros-, sólo recuerdan a sus educandos el deber de contribuir cumplidamente con el dinero necesario para el funcionamiento de esa institución, pero poco o nada enseñan sobre el respeto incondicional al semejante, a su dignidad, a su libertad.
Por último: ¿Qué respeto por la vida, por el ser humano, por la convivencia pacífica, puede asumir como valores personales el niño o el joven que está escuchando y comprobando que su propia madre, que su hermana, que su vecina, etc., condenó a muerte al hijo de sus entrañas que, obedeciendo a una ley biológica llegó cuando la mamá no lo deseaba, cuando no era oportuno según ella, o porque tenía malformaciones que lo hacían un enfermo? Y todo esto con la anuencia del Estado que pretende combatir la violencia pero que la promueve con sus determinaciones.
Nota: Esta sección es un aporte del Centro Colombiano de Bioética -Cecolbe-

http://www.periodicoelpulso.com/html/0708ago/opinion/opinion.htm

Nota

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Medellín, Antioquia, Colombia
Magister en Filosofía y Politóloga de la Universidad Pontificia Bolivariana. Diplomada en Seguridad y Defensa Nacional convenio entre la Universidad Pontificia Bolivariana y la Escuela Superior de Guerra. Docente Investigadora del Instituto de Humanismo Cristiano de la Universidad Pontificia Bolivariana. Directora del Grupo de Investigación Diké (Doctrina Social de la Iglesia). Miembro del Grupo de Investigación en Ética y Bioética (GIEB). Miembro del Observatorio de Ética, Política y Sociedad de la Universidad Pontificia Bolivariana. Miembro del Centro colombiano de Bioética (CECOLBE). Miembro de Redintercol. Ha sido asesora de campañas políticas, realizadora de programas radiales, así como autora de diversos artículos académicos y de opinión en las áreas de las Ciencias Políticas, la Bioética y el Bioderecho.

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