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Un concepto equívoco: “calidad de vida”

viernes, 7 de mayo de 2010

Un concepto equívoco: “calidad de vida”

Carlos Alberto Gómez Fajardo - MD - elpulso@elhospital.org.co

Desde una perspectiva ética utilitarista puede desvirtuarse la cuestión fundamental de la dignidad de la vida de cada ser humano. En ocasiones, son los criterios pragmáticos de inspiración materialista, usados selectivamente para intentar calificar la prioridad de determinadas decisiones o procesos, tanto en los niveles “macro” de decisiones políticas en la asignación y ordenamiento de los recursos para fines de importancia colectiva, como en las situaciones concretas “micro”, de nivel personal. Es uno de los problemas vinculados a los criterios de análisis costo-eficiencia que intentan valorar el impacto, necesidad y pertinencia del uso de recursos económicos, humanos, logísticos y tecnológicos. Son los dilemas frecuentes, verbigracia, en casos como la evaluación de tratamientos de alto costo (cáncer, las Unidades de Cuidado Intensivo) y las decisiones políticas nacionales en temas como la educación de la población.
Pronto se hace evidente, en el proceso de toma de decisiones, que puede haber dos concepciones antropológicas que se encuentran en contradicción, en lo que atañe tanto a su teoría como a su praxis: por una parte, está el entendimiento (hoy muy extendido) del hombre como un sujeto “valioso” en cuanto lo es para su comunidad, para su país, teniendo en cuenta factores como edad, nivel de instrucción y capacitación, posibilidad de rehabilitación y reintegro a la vida laboral luego de eventos incapacitantes, expectativas de “vida útil”, etc. Aquella es la ética de la “calidad de vida”. Por otra parte, está la perspectiva ética fundada en el carácter intrínseco de la dignidad personal de todo ser humano, la cual defiende, con una base realista y antropológica, que todas las personas, sin distingo, merecen respeto, y éste, en primer lugar, ligado al propio valor de la vida física, requisito previo para el ejercicio de cualquier otro derecho. Todos los hombres en condición de igualdad, de dignidad y de derechos-deberes.
El peligro de los criterios utilitaristas se expresa, de modo contundente, con las políticas estatales a las que se tiene tendencia en la actualidad en diversos países (afanosamente fotocopiadas por sectores “demócratas” de la opinión local): las tendencias a eutanasia, aborto y eugenesia; la intolerancia dogmática al entendimiento del sufrimiento y del dolor; y la supresión “legal” de la vida, con diversos artificios lógicos que acuden a un deficiente concepto de la “libertad”. La libertad en minúscula, desligada de la responsabilidad.
Con frecuencia mayor de la deseable se acude a la expresión “calidad de vida”. En cada especialidad médica se da un contexto variable al término. Se llega, para cada situación patológica, a intentar cuantificar la “calidad de vida”, tratando de predecir variables como la ausencia de determinados síntomas, el progreso en procesos de rehabilitación y recuperación funcional, o el tiempo de retorno a actividades laborales. Mucho se habla de dólares. Tanto se repite el concepto, que con la mayor naturalidad y en los más variados contextos, políticos, comunicadores sociales, urbanistas, transportadores, todos y cada uno, se sienten cómodamente en el derecho incuestionable de usar el término, según sus particulares intereses y conveniencias. Casi todos hablan de algo diferente, y a aquello lo denominan, peregrinamente, “calidad de vida'. Y muchos imaginan entender algo simple.
También hablaron así quienes destinaron a la muerte selectiva a enfermos de variada índole, a ancianos, a opositores al régimen, a niños: “vidas que no merecen ser vividas...”, llegaron a argumentar, con poderosos sofismas económico-epidemiológico-clínicos y de “costo-beneficio” en sus presentaciones académicas y políticas.
Son algunos de los peligros de la pérdida de la dimensión auténticamente humana de la medicina. Es cierto que la medicina requiere ser fundamentada en una antropología correcta que entienda esta profesión, arte y ciencia, al servicio y promoción total del ser humano. Se puede perder de vista -con asombrosa facilidad, según las ideologías que la animen- que su misión tiene que ver con el Bien integral del hombre, no sólo con su “bienestar”, como lo repite constantemente la teoría economicista que se refiere sólo al “homo económicus”, según los postulados de Adam Smith, ahora imperantes por inicua ley.
Con sesudas razones la autora Maria Victoria Roqué Sánchez, en una documentada reflexión crítica sobre el concepto, titula su artículo “Calidad de vida, un mensaje cifrado” (Revista “Persona y Bioética” Años 4 y 5, No. 2 y l2, pp. 82-9l). Llama la atención sobre grandes problemas: hay más de cuarenta escalas que pretenden medirla, y existen duros contrastes entre visiones éticas diversas. Al usar estos conceptos equívocos se corre el peligro de que la sociedad sólo encuentre aceptables y tolerables determinadas condiciones y cualidades de vida. Se corre el riesgo de que se imponga entonces en la tarea de aniquilar, mediante diversos artificios y argumentaciones jurídicas, aquellas consideradas por algunos como de “calidad” inferior. En la citada referencia, además de otras preocupantes realidades, se advierte con claridad: “Si se toma la calidad de vida como condición de vida, la persona se convierte en un ser de materia biológica manipulable”. Lo que viene enseguida de aquello es un abismo de deshumanización, que ya se está viviendo.
NOTA: Esta sección es un aporte del Centro Colombiano de Bioética -Cecolbe-.

http://www.periodicoelpulso.com/html/feb05/opinion/opinion.htm

Nota

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Perfil

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Medellín, Antioquia, Colombia
Magister en Filosofía y Politóloga de la Universidad Pontificia Bolivariana. Diplomada en Seguridad y Defensa Nacional convenio entre la Universidad Pontificia Bolivariana y la Escuela Superior de Guerra. Docente Investigadora del Instituto de Humanismo Cristiano de la Universidad Pontificia Bolivariana. Directora del Grupo de Investigación Diké (Doctrina Social de la Iglesia). Miembro del Grupo de Investigación en Ética y Bioética (GIEB). Miembro del Observatorio de Ética, Política y Sociedad de la Universidad Pontificia Bolivariana. Miembro del Centro colombiano de Bioética (CECOLBE). Miembro de Redintercol. Ha sido asesora de campañas políticas, realizadora de programas radiales, así como autora de diversos artículos académicos y de opinión en las áreas de las Ciencias Políticas, la Bioética y el Bioderecho.

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