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“Manos libres”

viernes, 7 de mayo de 2010

“Manos libres”
Ramón Córdoba Palacio, MD - elpulso@elhospital.org.co

Designamos “manos libres”, en el lenguaje popular, al resultado de servirse de cualquiera de los adminículos que permiten a miles de personas usar su teléfono móvil sin ocupar sus manos, bien por comodidad, o bien por temor a las sanciones legales que han penalizado el hecho de conducir vehículos conversando por el “móvil”. Es, sin duda, una buena reglamentación que disminuye la posibilidad de accidentes.

Pero encontramos en la cultura actual una forma de actuar que también podríamos denominar de “manos libres” y que, al contrario de la restricción anterior, entorpece el progreso verdaderamente humano de la comunidad en general y hace que nuestras gentes vivan desorientadas, que el horizonte de la Nación sea desolador, oscuro, y que unos pocos, generalmente no bien intencionados y que en buena proporción emplean modalidades reñidas con el bien -verdades a medias, sospechas infundadas, maledicencia, etc.-, impongan criterios mezquinos, inhumanos.
Estas “manos libres” traducen la innoble actitud, la infortunada intención y la deshonesta conducta de no comprometerse con nada y quedar, ante cualquier situación, aparentemente libres de responsabilidad y poder acogerse así, sin sonrojarse, al resultado que más convenga a su egoísmo, a su calculada falta de entereza, ignorando o pretendiendo ignorar que esa forma de comportamiento, además de ser expresión de cobardía, crea igualmente responsabilidad por actos de omisión.
Pero, tras de esta denominada cordial indiferencia en aras de la tolerancia o el respeto al pluralismo ideológico, se oculta el relativismo que hace de los valores humanos permanentes y universales algo inane, el relativismo materialista que confunde el sentido del valer con el de precio y le pone éste a lo que sólo puede tener valor: al respeto absoluto por la vida y especialmente la vida humana en todas las etapas de su desarrollo -desde la concepción hasta su terminación natural-; a la dignidad incondicional del ser humano cualquiera sea la circunstancia de su momento vital embrión, feto, padecimiento de malformaciones orgánicas, enfermedad incurable, trastornos mentales, enfermedades en fase terminal, sexo no deseado en el nascituro, etc.-; al respeto sumo y honesto por las creencias y convicciones religiosas o políticas del “Otro”.
Peor aún: ese relativismo se disfraza frecuentemente con sentimientos de compasión, y conquista así adeptos que sirven de idiotas útiles a criterios francamente inhumanos, tales como: aborto, eutanasia, etc. Tal relativismo ha difuminado tanto los valores que por siglos han sido los pilares de la cultura occidental, que hoy vivimos a la deriva: el Absoluto, Dios, no existen; sólo es importante lo que satisfaga el deseo del momento, el placer, el dinero, el poder, etc; la verdad tampoco existe, por lo tanto no compromete, es algo que cambia al ritmo del capricho momentáneo; las creencias religiosas cambian según el clima político o económico; lo trascendente se desprecia y sólo cuenta lo inmediato; la fidelidad se tilda de tontería y la infidelidad, no únicamente la matrimonial, es trasunto de inteligencia y de ingenio; el matrimonio y la familia son conceptos desechables; la preñez y los hijos son obstáculos para gozar a plenitud la vida.
Más aún, lo chabacano adquiere brillo de arte exquisito; los actos más íntimos son del dominio de un público ansioso de experiencias ajenas presentadas por medios de comunicación que hacen de lo íntimo -por vulgar que sea-, espectáculos falsamente maravillosos, medios de comunicación que convierten lo soez en noble, que hacen de lo indigno paradigmas de vida; y en el campo de la justicia la fuerza pública encargada de guardar el orden constitucional, pasa al banquillo de los acusados, y en cambio los trasgresores de la ley reciben beneficios. Por último, el título y la condición de ser cristiano no es ya una forma de vivir sino algo que puede explotarse con grandes prebendas honoríficas y económicas.
Y, sin embargo, es obligatoria la enseñanza de ética al menos en las universidades, es decir, en las instituciones llamadas en primer lugar a mostrar caminos de progreso verdaderamente humano a la sociedad. Entonces, cabe preguntarnos, ¿qué modalidad de ética están enseñando? ¿Si podremos llamar ética la que proclama o tolera la destrucción de los valores humanos y eleva a esta categoría los peores anti-valores, los más inhumanos?
Apliquemos las “manos libres” a las restricciones en el empleo del teléfono móvil, pero corrijamos con entereza las “manos libres” en el ineludible deber de todo ser humano honesto de contribuir a encontrar caminos de verdadero progreso y exaltación de la vida y la dignidad del hombre.
Nota:
Esta sección es un aporte del Centro Colombiano de Bioética -Cecolbe-.

http://www.periodicoelpulso.com/html/0802feb/opinion/opinion.htm

Nota

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Perfil

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Medellín, Antioquia, Colombia
Magister en Filosofía y Politóloga de la Universidad Pontificia Bolivariana. Diplomada en Seguridad y Defensa Nacional convenio entre la Universidad Pontificia Bolivariana y la Escuela Superior de Guerra. Docente Investigadora del Instituto de Humanismo Cristiano de la Universidad Pontificia Bolivariana. Directora del Grupo de Investigación Diké (Doctrina Social de la Iglesia). Miembro del Grupo de Investigación en Ética y Bioética (GIEB). Miembro del Observatorio de Ética, Política y Sociedad de la Universidad Pontificia Bolivariana. Miembro del Centro colombiano de Bioética (CECOLBE). Miembro de Redintercol. Ha sido asesora de campañas políticas, realizadora de programas radiales, así como autora de diversos artículos académicos y de opinión en las áreas de las Ciencias Políticas, la Bioética y el Bioderecho.

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