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La Ley 100 y el ojo de Juan José

viernes, 7 de mayo de 2010

La Ley 100 y el ojo de Juan José

Ramón Córdoba Palacio, MD elpulso@elhospital.org.co

En el periódico “El Colombiano” del domingo 20 de noviembre de 2005, en la página cuatro A, el periodista y escritor Juan José Hoyos tuvo el valor de contar al gran público la tragedia que le costó la pérdida de visión por su ojo derecho y que él atribuye al actual sistema de atención de salud. Sí, Juan José, usted sufrió en carne propia los resultados del comercio de seres humanos para quienes la Ley 100 puso precio a su existencia y a su salud, pero al mismo tiempo tuvo la fortuna de tener, como lo confiesa en su artículo, médicos amigos que con honestidad y amor por la profesión al servicio de la persona humana procuraron ayudarle en su deteriorada salud; pero son muchísimos los colombianos que pese a estar cubiertos con los exaltados POS y Sisbén, han padecido mengua grave no sólo en su integridad sino que han perdido la vida porque el sistema no cubre los gastos de la enfermedad que presentan; porque “no hay camas disponibles”; porque hay que cumplir con los protocolos como lo exige la institución comercial (EPS, IPS, etc.) en la cual están inscritos; porque su nombre y registro no “aparece en pantalla”; porque el Sisbén no pertenece al municipio donde consultan; porque el gerente o auditor médico considera que es enfermedad catastrófica; porque no han trascurrido las semanas de cotización; porque ya los días de hospitalización contratados se cumplieron, sin importar la condición clínico-patológica del enfermo, etc.
Los Tribunales de Ética Médica guardan en sus archivos muchas de estas tragedias que aterrorizarían a cualquier persona con un mínimo de sensibilidad y solidaridad con el semejante que sufre. Pero la Ley 100, Juan José, cambió de un plumazo una de las finalidades de la medicina: ayudar a quien sufre por enfermedad orgánica, espiritual o mental, por la del mercader: acrecentar los réditos de unos cuantos que negocian legalmente con la integridad y la vida de seres humanos. La Superintendencia Nacional de Salud tiene también en su poder miles de denuncias enviadas a ella por los citados Tribunales y por personas naturales sin que se haga ninguna justicia. Sin embargo, para los responsables de la orientación de la salud en nuestro país, vale más la curva ascendente del ”llamado cubrimiento”, el número de tarjetas de Sisbén, que la calidad de la atención médica, que la verdadera protección en salud.
Un distinguido Ministro de la Protección Social (q. e. p. d.), en los inicios de la vigencia de la Ley 100, se atrevió a responder a las objeciones éticas a ésta, y ante un numeroso grupo de estudiantes de medicina, que la ética médica proclamada desde Hipócrates de Cos era muy vieja y había que cambiarla, que los médicos habíamos tenido en nuestras manos un gran negocio y no supimos explotarlo, que ahora si se haría. Y, vaya si entorpecieron el cumplimiento de la ética médica: el fin de la medicina era y es, aunque la citada Ley lo desconozca, la persona del paciente, pero a partir de 1993 es un negocio que debe ser rentable para quienes lo explotan, sin importar lo que ocurra al ser humano que caiga en sus manos. Los hospitales públicos no se evalúan ahora por la calidad de la atención que prestan a los enfermos sino por los réditos que producen, no por el bien que hacen a sus pacientes sino, como cualquier comercio de abarrotes, por las ganancias que dejan en dinero contante y sonante; no obstante, buen número de ellos están quebrados y cerrados. Y el monto de estas ganancias es bastante abultado, según se observa en los balances que ostentan con orgullo de buenos negociantes, pero no de buenos médicos, las instituciones -EPS, IPS, etc.- creadas por la Ley 100. Y el futuro es más oscuro, pues los hospitales y clínicas que se enorgullecían de ser “universitarios”, no pueden hoy servir de formadores de nuevos profesionales porque eso no es rentable, y éstos se verán privados de los conocimientos y el sentido humanitario de la profesión que da el contacto con seres humanos y sólo disponen de simuladores que imitan a las personas pero que no son personas. Médicos, mejor, técnicos en “muñecos”, en medicina basada en evidencia, en protocolos, mientras los seres humanos acrecientan con el costo de sus sufrimientos el ingreso en dinero de las EPS, IPS, etc.
Sí, Juan José, usted perdió la función de un ojo pero tuvo la fortuna de saber escribir y encontrar un medio que le permitiera denunciar su situación aberrante, pero hay miles y miles de colombianos que no contaron con la fortuna de saber escribir o de encontrar quien se hiciera vocero de su tragedia. Créame que lamento de verdad lo que le ocurrió, que espero su recuperación y que le agradezco que con su denuncia contribuya a descubrir el grave engaño que oculta la malhadada Ley 100.
Sin embargo, es posible que el Sisbén tenga una utilidad que no se proclama con la debida publicidad: si un colombiano muere a las puertas de un servicio “de venta de salud” porque no fue atendido diligente y oportunamente ya, gracias a la Ley 100, no lo pueden sepultar como N. N., pues está “cubierto” con la tarjeta que enseña su nombre, edad y lugar de origen.

http://www.periodicoelpulso.com/html/ene06/opinion/opinion.htm

Nota

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Perfil

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Medellín, Antioquia, Colombia
Magister en Filosofía y Politóloga de la Universidad Pontificia Bolivariana. Diplomada en Seguridad y Defensa Nacional convenio entre la Universidad Pontificia Bolivariana y la Escuela Superior de Guerra. Docente Investigadora del Instituto de Humanismo Cristiano de la Universidad Pontificia Bolivariana. Directora del Grupo de Investigación Diké (Doctrina Social de la Iglesia). Miembro del Grupo de Investigación en Ética y Bioética (GIEB). Miembro del Observatorio de Ética, Política y Sociedad de la Universidad Pontificia Bolivariana. Miembro del Centro colombiano de Bioética (CECOLBE). Miembro de Redintercol. Ha sido asesora de campañas políticas, realizadora de programas radiales, así como autora de diversos artículos académicos y de opinión en las áreas de las Ciencias Políticas, la Bioética y el Bioderecho.

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