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La destrucción de la otredad en el acto médico

jueves, 6 de mayo de 2010

La destrucción de la otredad en el acto médico
Mario Montoya Toro, MD

La relación entre el médico y el paciente fue herida seriamente por leyes, decretos y resoluciones que, como meteoritos, cayeron en medio de esa relación y crearon un cráter entre los dos sujetos de ella. Porque en la relación médico-paciente que durante siglos pervivió, no había un solo sujeto y un objeto, no era como las gentes a veces han creído y como ahora resulta en gracia de todo lo que hemos dicho, un sujeto -el médico- y un objeto -el paciente-.
Eran dos seres humanos cada uno sujeto para el otro, que intercambiaban ideas: las del uno -sus preocupaciones, angustias y dolores-, las del otro -sus palabras de consuelo, de esperanza, de apoyo fraterno y de guía en el tratamiento-.
Cada uno era para el que estaba frente a él en la consulta “el otro”, un ser humano, con sentimientos humanos, con preocupación humana, era en resumen «el otro», y esa otredad establecía para cada quien la obligación moral de un diálogo, una relación humana que respetara siempre la dignidad del hombre.
El médico conocía a su paciente, y lo recordaba cada que era necesario; el paciente conocía al médico y podía llamarlo por su nombre, lo cual hoy en día no se da. Pacientes anónimos, médicos anónimos, han sido el resultado de todo lo que hemos visto.
¡Qué triste que hoy en día al médico no le importe el nombre de su paciente y ni siquiera le interese recordarlo, o qué triste que al paciente no le importe quién es el médico que lo atendió, no conozca su nombre ni le interese conocerlo!
¿Hay aquí una relación verdaderamente humana entre un hombre que necesita la ayuda del otro y éste que está en capacidad de dársela ? ¡En absoluto! Hay simplemente una relación formal entre uno más de los enfermos y uno más de los médicos posibles. Para el médico ya ese paciente no es “el otro”, sino uno más, y así como hemos criticado el que en los hospitales aprendan a veces los estudiantes a hablar del paciente 238, 241, etc., sin siquiera mencionar el nombre de la persona, o, lo que es peor, del cáncer de la cama 122, del infarto de la cama 140, así también resulta deshumanizado ese trato actual del médico con su paciente y de éste con aquél.
¡Cómo recordamos con nostalgia aquel acto médico en el que el paciente era recibido con afecto por el profesional que lo saludaba por su nombre y le preguntaba incluso por su familia, e introducía aunque fuera una corta relación de ser humano a ser humano antes de entrar a la consulta propiamente dicha, cuando vemos hoy esa despersonalización en la consulta médica! No es raro que cuando uno pregunta al paciente al que ve por primera vez, o ha visto ya en otras ocasiones, quién lo atendió en determinado servicio médico, le responda: “No sé su nombre”. Pero además si le pregunta qué le dijo el doctor, qué exámenes le hizo, responda: “Ni siquiera me examinó, solamente me preguntó qué sentía y me dio esta fórmula”. Esto bien pudiera cumplirlo una máquina a la que no hay que pagarle salario ni prestaciones sociales. El médico-máquina es una de las desgracias del momento actual en la medicina, así como lo es el paciente-objeto.
Ojalá se pudiera rescatar la otredad en la relación médico- paciente, para que hubiera la armonía necesaria entre dos seres humanos que se complementan, cada quien desde su respectivo campo, aportando lo que le es propio, para que el uno -el médico-, pueda cumplir su función; o para que el otro -el paciente-, pueda recibir la atención necesaria como brindada con conocimiento médico, pero sobre todo con afecto humano, que es una gran parte del tratamiento que debe dársele.
Si en la relación médico-paciente, yo, además de no involucrar mi “mismidad” (yo soy yo mismo), ignoro la otredad humana del paciente y éste hace lo mismo recíprocamente, esa relación bien pudiera decirse no sólo que nace resquebrajada, sino que es verdaderamente” mortinata”.
Los grandes maestros de la medicina tuvieron siempre centrada su atención médica en el ser humano enfermo, antes que en la enfermedad como tal. Cuando alguno de esos médicos acuñó la frase que nos presentaban a los estudiantes de medicina al comienzo de la enseñanza clínica: «No hay enfermedades, sino enfermos», se nos estaba diciendo que la enfermedad puede tener distinta forma de presentación según quien la padezca, pero se nos estaba diciendo también que ese “quién” es un ser humano igual que nosotros, pero necesitado no sólo de un tratamiento para su mal, sino de la acogida fraterna del médico. «¿En dónde está eso ahora?»

NOTA: Esta sección es un aporte del Centro Colombiano de Bioética -Cecolbe-.

http://www.periodicoelpulso.com.co/html/1004abr/opinion/opinion.htm

Nota

Este es un espacio para compartir información, la mayoria de los materiales no son de mi autoria, se sugiere por tanto citar la fuente original. Gracias

Perfil

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Medellín, Antioquia, Colombia
Magister en Filosofía y Politóloga de la Universidad Pontificia Bolivariana. Diplomada en Seguridad y Defensa Nacional convenio entre la Universidad Pontificia Bolivariana y la Escuela Superior de Guerra. Docente Investigadora del Instituto de Humanismo Cristiano de la Universidad Pontificia Bolivariana. Directora del Grupo de Investigación Diké (Doctrina Social de la Iglesia). Miembro del Grupo de Investigación en Ética y Bioética (GIEB). Miembro del Observatorio de Ética, Política y Sociedad de la Universidad Pontificia Bolivariana. Miembro del Centro colombiano de Bioética (CECOLBE). Miembro de Redintercol. Ha sido asesora de campañas políticas, realizadora de programas radiales, así como autora de diversos artículos académicos y de opinión en las áreas de las Ciencias Políticas, la Bioética y el Bioderecho.

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