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Humanización y personalización

viernes, 7 de mayo de 2010

Humanización y personalización
Mario Montoya Toro, M.D. elpulso@elhospital.org.co elpulso@elhospital.org.co

Cada que oímos hablar de humanización de la medicina, tema importante y de urgente desarrollo en todo el ámbito médico, nos vienen a la mente unas palabras del Papa Juan Pablo II, en un discurso a un grupo de doctores y cirujanos el 27 de octubre de 1980 y que tienen vigencia permanente.
En el capítulo de su alocución dedicado a la relación enfermo-médico, dice el Papa: “Es necesario comprometerse en una 'personalización de la medicina', que llevándola nuevamente a una consideración más unitaria del enfermo, favorezca la instauración de una relación con él más humanizada, es decir, capaz de no lacerar el vínculo entre la esfera sico-afectiva y su cuerpo dolorido. La relación enfermo-médico debe volver a basarse en un diálogo hecho de escucha, de respeto, de interés; debe volver a ser un auténtico encuentro entre dos hombres libres o como alguien ha dicho, entre una 'confianza' y una 'conciencia'”.
Traemos a colación este texto, porque acentúa una vertiente demasiado importante de lo que llamamos hoy en día humanización de la medicina: la de ver al ser humano no solamente como un miembro de la humanidad entera, sino individualmente en el encuentro personal entre médico y paciente, alguien que participa en esa relación no solo de una manera pasiva sino incluso activamente, de manera que sea ella una relación verdaderamente humana o, si queremos decirlo así, humanizada. Personalizar la medicina es aplicar lo que llamamos humanización a esa interrelación médico-enfermo que crea aquella amistad entre ellos de la que hablara Laín Entralgo, y que es base fundamental de la buena comprensión mutua y de la eficaz aplicación de unas medidas terapéuticas.
Porque no basta con decir que el paciente es un ser humano, claro que lo es, y es de capital importancia reconocerlo y destacarlo, pero es fundamental también reconocer que esa persona es verdaderamente un miembro de la especie humana, pero es un ser personal, individual, irrepetible, algo que había sido reconocido ya por la medicina hipocrática o por el propio Hipócrates, y que ha sido formulado en un aforismo que conocemos de vieja data: “no hay enfermedades sino enfermos”.
Cada paciente tiene una percepción personal física y psíquica de su enfermedad, y por consiguiente merece un tratamiento que vaya dirigido a la enfermedad en él y no a la enfermedad en cualquier ser de la especie humana.
El médico que siguiere este segundo camino, se estaría convirtiendo en una especie de robot, una máquina a la cual bastaría con que el paciente le echara una cantidad determinada de dinero y le diera una lista de sus síntomas, para que ella le respondiera con un programa pre-establecido de tratamiento: “esta es la droga que Usted tiene que tomar”. No habría pues la relación de que hablamos atrás de una “confianza” y una “conciencia”, sino de una “incertidumbre” con una “cuasi-máquina” que sería el médico. En toda relación auténticamente humana tiene que existir un encuentro de persona a persona, de dos seres de la misma especie con igual dignidad, así uno de ellos esté necesitado en ese momento de la ayuda del otro, como sucede en el caso de la relación enfermo-médico.
Tenemos que humanizar la medicina, pero tenemos también que llevar esa humanización al plano de la relación personal concreta con esa persona como individuo identificable entre los demás, para responder así como médicos a las necesidades de toda índole que lo afectan. Muchas veces el paciente sale de una consulta médica “más enfermo” de lo que entró a ella por la actitud del médico, cuando con displicencia, con falta de sentido humano y con falta de personalización, le trata prácticamente como a un objeto, sin permitirle expresar sus inquietudes ni sus angustias, ni manifestar la más mínima simpatía. En ocasión anterior mencionamos algunas de las causas que hoy día propician estas situaciones, pero no hay que olvidar que muchas veces, la principal causa está en la personalidad misma del médico, independientemente de las otras causas. Los médicos somos servidores de nuestros pacientes y no hay mayor honor para cualquier ser humano, que servir a los demás.
Llamar al enfermo por su nombre, con lo cual, le estamos diciendo que lo distinguimos de los demás, que sabemos que es un ser independiente, contribuyen a una relación médico-paciente más armónica y más inspirada en los principios éticos que informan la práctica médica.
Y esto es muy importante destacarlo, sobre todo para quienes ejercen la docencia en las facultades de medicina, de enfermería o de profesiones parámedicas distintas, pero particularmente para los primeros. Ya se ha dicho mucho sobre aquello de que no se puede hablar con los estudiantes diciéndoles el 244, el 108 el 102, refiriéndose al número de la habitación o de la cama que ocupa el enfermo, sino que hay que decirles siempre algo que les permita a ellos comprender esa elemental distinción entre lo colectivo y lo personal o individual. Como tampoco es de recibo que se hable del cáncer de la habitación o cama tal, de la leucemia de tal, de la tuberculosis de tal número. Ni la cama ni la pieza están enfermas de tuberculosis, ni de ninguna otra cosa: es el paciente mismo el que está afectado por esas entidades nosológicas. Cuando los estudiantes aprenden de sus maestros a tratar a los pacientes como objetos o a identificarlos con el número de una cama o de una habitación o, lo que es peor, con el nombre de una enfermedad, como cuando se dice “el cáncer de la 110 “ o “la úlcera de la 24”, empieza en su mente a crearse la idea de que esa es la forma de tratar al enfermo, y por consiguiente esta mala práctica se irá transmitiendo de una a otras generaciones médicas, con el deterioro que es de entenderse en tales circunstancias de la forma como el médico debe dirigirse al enfermo mismo o referirse a él frente a los demás. No está bien tampoco dirigirse al enfermo llamándolo con apelativos tales como “viejo” o “vieja”, “negro” o “negra, “gordo” o “flaco”, que demuestran falta de consideración o de respecto, y pueden crear en aquel paciente cierto grado de recelo frente al médico 6
Nota: Esta sección es una colaboración del Centro Colombiano de Bioética -Cecolbe-.
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Fe de erratas
En la columna “Bioética” del mes anterior, el artículo “Yo no voy donde el loquero” es del psicólogo Luis Fernando Velásquez Córdoba, no Luis Fernando Córdoba Velásquez.

http://www.periodicoelpulso.com/html/abr05/opinion/opinion.htm

Nota

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Medellín, Antioquia, Colombia
Magister en Filosofía y Politóloga de la Universidad Pontificia Bolivariana. Diplomada en Seguridad y Defensa Nacional convenio entre la Universidad Pontificia Bolivariana y la Escuela Superior de Guerra. Docente Investigadora del Instituto de Humanismo Cristiano de la Universidad Pontificia Bolivariana. Directora del Grupo de Investigación Diké (Doctrina Social de la Iglesia). Miembro del Grupo de Investigación en Ética y Bioética (GIEB). Miembro del Observatorio de Ética, Política y Sociedad de la Universidad Pontificia Bolivariana. Miembro del Centro colombiano de Bioética (CECOLBE). Miembro de Redintercol. Ha sido asesora de campañas políticas, realizadora de programas radiales, así como autora de diversos artículos académicos y de opinión en las áreas de las Ciencias Políticas, la Bioética y el Bioderecho.

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