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Ética, ¿qué modelo de ética?

viernes, 7 de mayo de 2010

Ética, ¿qué modelo de ética?
Ramón Córdoba Palacio, MD - elpulso@elhospital.org.co

Todos los días los medios de comunicación de masa nos atiborran con vergonzosas noticias sobre malos manejos en todas las áreas de la actividad pública y privada: sobornos, falsedad de documentos, compra de conciencias, etc. Sin embargo, la mayoría de estas personas ostentan un título profesional otorgado por instituciones de educación superior, a veces de gran renombre, y cuyos lemas ostentan casi siempre el afán de formar cada vez mejores ciudadanos, mejores servidores de la humanidad y de la patria.

Lo anterior implica que en esas instituciones se enseña honestidad y ésta se fundamenta en la justa evaluación de las acciones en relación con el Bien y con el Mal como valores permanentes y universales, no como simples opiniones subjetivas sobre lo bueno y lo malo, porque si así fuere no podríamos llamar corrupto a quien actúa como deshonesto, a quien corrompe el medio en el que desarrolla su profesión u oficio, o inclusive a quien roba abiertamente, sin ningún tapujo. Ese es el valor subjetivo de su existencia y, en nombre de la libertad mal entendida nadie podría objetar, ni siquiera criticar, su proceder.
No olvidemos que los valores humanos, los valores morales o éticos, no los inventa el hombre sino que los descubre, y que su existencia no está supeditada a situaciones culturales ni a modas o costumbres, sino a la evaluación de si nuestras acciones llevan el Bien a quien o a quienes las reciben, si les permite crecer plenamente en el sentido humano o si, al contrario, menguan su dignidad.
Una de las características de estos valores, y sin duda la que más polémicas suscita, es la de ser absolutos, es decir, que son independientes o «ajenos al tiempo, al espacio, al número... extraños por completo a la cantidad», como lo enseña Manuel García Morente.
Y López Castellón, afirma: «Hay que aclarar que la practicidad de la ética no se determina por el hecho de estudiar comportamientos, sino por el nivel prescriptivo y evaluativo que pretende alcanzar. Por otra parte, lo importante es que la fundamentación de la normatividad no es relativa exclusivamente a la cultura de un grupo social concreto o a una situación temporal determinada, sino a la totalidad de los seres humanos y de las épocas históricas…».
Kant, más explícito y severo, afirma: «La ética atañe a la bondad intrínseca de las acciones; la jurisprudencia versa sobre lo que es justo, no refiriéndose a las intenciones, sino a la licitud y a la coacción... La ética es una filosofía de las intenciones y, por ende, una filosofía práctica, ya que las intenciones constituyen fundamentos de nuestras acciones y vínculos de las acciones con el motivo… La ley moral ha de ser estricta y enunciar las condiciones de la legitimidad. El hombre puede o no llevarlo (sic) a cabo, pero la ley no ha de ser indulgente y acomodarse a la debilidad humana, pues contiene la norma de la perfección ética y ésta tiene que ser exacta y estricta... La ética propone reglas que deben ser las pautas de nuestra conducta; no ha de orientarse conforme con la capacidad del hombre, sino mostrar aquello que es moralmente necesario».
Surge, entonces, una pregunta: ¿Cómo se está enseñando esa ética? ¿Qué interpretación de la ética se está enseñando y practicando en esas cátedras? Recordemos que para el ser humano, en todas las etapas de su vida, vale más lo que se hace, que lo que se dice pero no se practica. Se proclama una ética de respeto sumo al ser humano, una ética que sirva de valla a la creciente corrupción, una ética que reconozca y otorgue a cada quien lo que le pertenece no sólo en el aspecto material sino, y más importante, en lo espiritual, en lo social, en sus derechos elementales -entre ellos el de su trabajo-. Pero a renglón seguido, ese mismo profesor, gerente o jefe de oficina, convencido de su falta de idoneidad en el desempeño de sus funciones y temeroso de que la honestidad y preparación de sus subordinados hagan notoria su mediocre preparación, los reemplaza por otros más mediocres que él, sin tener en cuenta el gravísimo perjuicio que causa a la comunidad entera.
Estos verdaderos camaleones humanos son paradigmas de la corrupción, capaces de apoderarse con su lengua pegajosa de los proyectos elaborados por sus subalternos y presentarlos como propios para encubrir así su inhabilidad y aparentar una honestidad, una dedicación a su labor de la cual carecen totalmente. Sí, son paradigmas de la corrupción y la difunden con modalidades tan sutiles, que para muchos los hace aparecer como promotores del Bien, de la honestidad, del respeto al ser humano y aún de sincero cristianismo.
Nota:
Esta sección es un aporte del Centro Colombiano de Bioética -Cecolbe-.

http://www.periodicoelpulso.com/html/0801ene/opinion/opinion.htm

Nota

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Perfil

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Medellín, Antioquia, Colombia
Magister en Filosofía y Politóloga de la Universidad Pontificia Bolivariana. Diplomada en Seguridad y Defensa Nacional convenio entre la Universidad Pontificia Bolivariana y la Escuela Superior de Guerra. Docente Investigadora del Instituto de Humanismo Cristiano de la Universidad Pontificia Bolivariana. Directora del Grupo de Investigación Diké (Doctrina Social de la Iglesia). Miembro del Grupo de Investigación en Ética y Bioética (GIEB). Miembro del Observatorio de Ética, Política y Sociedad de la Universidad Pontificia Bolivariana. Miembro del Centro colombiano de Bioética (CECOLBE). Miembro de Redintercol. Ha sido asesora de campañas políticas, realizadora de programas radiales, así como autora de diversos artículos académicos y de opinión en las áreas de las Ciencias Políticas, la Bioética y el Bioderecho.

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