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El peor depredador

sábado, 8 de mayo de 2010

El peor depredador

Ramón Córdoba Palacio, MD - elpulso@elhospital.org.co

Las autoridades nacionales se muestran preocupadas por el notorio incremento de la delincuencia juvenil y en no pocos casos infantil. Esta preocupación debe ser motivo de sincera inquietud de todos quienes vivimos en este país tan azotado por tantos flagelos y tan inhumanos, que muestran el grado de descomposición a que hemos llegado y la indiferencia de algunos sectores que en última instancia son responsables, bien por omisión porque olvidaron sus deberes, bien porque los tergiversaron prefiriendo popularidad política, prebendas, posar de progresistas, etc.

Se han esbozado explicaciones que sin duda contienen elementos de certeza tales como abandono de los padres -así el hogar no esté aparentemente desintegrado-, falta de amor, pobreza, trabajo de la mujer por necesidades económicas o de realización de su personalidad, etc. Pero no se ha llegado en mi concepto al fondo del problema que explica todos los demás, los ya citados y otros muchos que aún no se han publicado.
En el trasfondo de esta dolorosa como vergonzosa situación, encontramos sin ninguna duda la filosofía que orienta la formación de nuestros niños en todos los niveles, de su educación sin sentido verdaderamente humano: se enseña como principio y se subraya con el ejemplo, que es mejor tener que ser, y se relega al hombre a un segundo lugar, a veces en grado inferior al de los objetos o cosas superfluas.
Encontramos así que: para un buen número de cónyuges lo importante no es ser verdadero esposo o esposa sino tener consorte, tener a quien mostrar en sociedad, con quien distraerse, etc.; muchos progenitores confunden consciente o inconscientemente el tener hijos -más frecuentemente un hijo- que sean prueba de su capacidad genésica, con ser padre y madre; medios de comunicación de masas que para tener muchos lectores se dicen de avanzada y llegan a publicar verdaderas antologías del crimen más bien que ser fieles a sus principios religiosos, políticos, a su misión esencial de orientar la opinión pública; instituciones educativas que ostentan títulos de identidad con credos religiosos y que prefieren el número de alumnos, el ingreso monetario, a ser leales con sus creencias, en predicar la fe que haga honor a su misión, constituyéndose así en difusoras de conductas permisivas erróneas, sembrando caos en las mentes de sus educandos; profesionales de todas las ramas del saber humano que optan por la ganancia económica y no por el honrado cumplimiento de su misión.
Todas estas enseñanzas teóricas y prácticas, con ejemplos evidentes y repetidos a veces con bombos y platillos como el ideal del éxito social, político y profesional, han hecho de nuestros jóvenes verdaderos depredadores y los más peligrosos: es mejor tener dinero que ser honesto y el modo de conseguirlo carece de importancia; si para evitar competidores que pongan en peligro los ingresos económicos hay que asesinar, esto no demerita el comportamiento de nadie porque no se usa preguntar quién es, qué hace, sino cuánto es su patrimonio, no se usa preguntar cómo consiguió dicho patrimonio sino a cuánto asciende el mismo. El valor esencial del ser humano se trocó por el precio comercial del ser humano, y se niega en la práctica la dignidad intrínseca de éste, fundamentada no en una fe o credo religioso sino en la antropología filosófica que nos enseña la esencia de esta dignidad.
Debemos tener presente que la acción depredadora en los seres con inteligencia instintiva, los llamados irracionales, tiene límites: el de sus propias necesidades satisfechas, porque generalmente sólo cazan para su subsistencia algunos animales de distinta especie. En el depredador humano esos límites no existen, porque la ambición del tener no se sacia, porque el tener se constituye en única meta de la vida, en única justificación de la misma y sólo les interesa cazar a los de su misma especie.
Sí, hemos creado el peor de los depredadores mediante una filosofía educativa que proclama explícita o implícitamente que tener es superior a ser, que es mejor poseer siendo inhumano que carecer de algo siendo honesto y convivir en paz.
NOTA: Esta sección es un aporte del Centro Colombiano de Bioética -Cecolbe-.

http://www.periodicoelpulso.com/html/0910oct/opinion/opinion.htm

Nota

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Perfil

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Medellín, Antioquia, Colombia
Magister en Filosofía y Politóloga de la Universidad Pontificia Bolivariana. Diplomada en Seguridad y Defensa Nacional convenio entre la Universidad Pontificia Bolivariana y la Escuela Superior de Guerra. Docente Investigadora del Instituto de Humanismo Cristiano de la Universidad Pontificia Bolivariana. Directora del Grupo de Investigación Diké (Doctrina Social de la Iglesia). Miembro del Grupo de Investigación en Ética y Bioética (GIEB). Miembro del Observatorio de Ética, Política y Sociedad de la Universidad Pontificia Bolivariana. Miembro del Centro colombiano de Bioética (CECOLBE). Miembro de Redintercol. Ha sido asesora de campañas políticas, realizadora de programas radiales, así como autora de diversos artículos académicos y de opinión en las áreas de las Ciencias Políticas, la Bioética y el Bioderecho.

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