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El homicidio de Eluana Englaro

sábado, 8 de mayo de 2010

El homicidio de Eluana Englaro

Ramón Córdoba Palacio, MD - elpulso@elhospital.org.co

¿Fue la trágica muerte de Eluana Englaro un homicidio o el desenlace natural de una enfermedad terminal? Los medios de comunicación de masas dieron la noticia con más o menos espectacularidad y algunos promovieron debates o comentarios que en general mostraron un mayor o menor desconocimiento del tema que analizaban. Alguno de estos comentaristas trató de sentar doctrina pero sólo exhibió su gran ignorancia -la ignorancia es siempre atrevida- en lo relacionado con la antropología filosófica y la simple biología.
Si Eluana mostraba actividad cerebral, si no había “muerte cerebral” no obstante su coma profundo, Eluana debía considerarse como persona viva, con vida humana, y las medidas para provocar su muerte constituyen éticamente un franco homicidio. En el lugar en el cual se desarrollaba esta vida no es posible pensar que una sonda gástrica sea un medio extraordinario de atención a una persona enferma y menos aún el suministro de alimento ordinario y de líquido que satisficieran las necesidades básicas de una persona según su peso y área corporal. No necesitaba la ayuda de un respirador: su respiración se cumplía naturalmente. Si sufría dolores físicos o angustia psíquica durante su existencia debemos afirmar sin ninguna duda que el médico tratante no cumplía con su primordial deber: tratar por los medios a su alcance de suprimir el dolor físico y la angustia psíquica. Así lo proclama la bioética personalista cuando nos enseña sobre la ortotanasia, es decir, la atención al enfermo sin prolongar su agonía y sin acortar su existencia, procurándole todos los recursos físicos, emocionales proporcionales e inclusive religiosos, adecuados a su condición clínico-patológica. Es el verdadero derecho a morir con dignidad.
En Eluana, según los datos conocidos de la necropsia, no había ninguna condición patológica que la llevara a un desenlace fatal y su muerte se produjo por deshidratación. En otras palabras: Eluana fue condenada a morir cruelmente de sed y de hambre por decisión de su propio padre y por desconocimiento de los deberes éticos del médico que accedió a ser verdugo.
Se condenó a muerte, y muerte cruel, a un enfermo porque su padre no soportaba más el sufrimiento que alcanzó 17 años, un padre que según las noticias pocas veces la visitaba. Pero lo aberrante, lo horrendo, es considerar como conducta honesta suprimir la vida de alguien porque otra persona, cualquiera sea el rango de afinidad, está sufriendo. Aceptar este modo de actuar es aceptar la conducta de las peores tiranías que ordenan suprimir vidas humanas porque la presencia de esas personas causa zozobra, inquietud y tienen el poder de quitarlas de en medio; es aceptar en nuestra historia las muertes en épocas nefandas de “niños de la calle” para evitarles a ellos y a la sociedad la carga que representaban. Es aceptar la ley del más fuerte, la ley de la selva más abominable cuando la aplica el animal racional, sociable por naturaleza, capaz de solidaridad, capaz de amar al más necesitado, al más débil.
La eutanasia bien sea por acción o por omisión es siempre un homicidio, “homicidio por piedad” le denominan algunos autores, y desde la ética no puede justificarse. Este juicio no es cuestión religiosa sino simple y llanamente antropológico: ¿Qué se suprime? ¿Se puede condenar a muerte a quien no cometió ninguna falta? ¿Hay alguna razón superior al respeto a la vida, a la dignidad intrínseca e incondicional y a la libertad del ser humano?
Sí, asesinaron a Eluana, y el autor intelectual de este homicidio fue su propio padre. Y el verdugo, alguien que por su profesión, por su preparación académica y por el êthos de su profesión debió cuidar de ella, debió asistirla sin otra consideración que el sumo respeto por su vida y su dignidad intrínseca e incondicional.
Nota: Esta sección es un aporte del Centro Colombiano de Bioética -Cecolbe-

http://www.periodicoelpulso.com/html/0904abr/opinion/opinion.htm

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Medellín, Antioquia, Colombia
Magister en Filosofía y Politóloga de la Universidad Pontificia Bolivariana. Diplomada en Seguridad y Defensa Nacional convenio entre la Universidad Pontificia Bolivariana y la Escuela Superior de Guerra. Docente Investigadora del Instituto de Humanismo Cristiano de la Universidad Pontificia Bolivariana. Directora del Grupo de Investigación Diké (Doctrina Social de la Iglesia). Miembro del Grupo de Investigación en Ética y Bioética (GIEB). Miembro del Observatorio de Ética, Política y Sociedad de la Universidad Pontificia Bolivariana. Miembro del Centro colombiano de Bioética (CECOLBE). Miembro de Redintercol. Ha sido asesora de campañas políticas, realizadora de programas radiales, así como autora de diversos artículos académicos y de opinión en las áreas de las Ciencias Políticas, la Bioética y el Bioderecho.

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