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El deber de Disentir

viernes, 7 de mayo de 2010

El deber de Disentir

Carlos Alberto Gómez Fajardo

Han sido pocas las voces que se han levantado, de modo enérgico y oportuno, a manifestar su objeción a los desafortunados cambios que sufrió la política de la salud en Colombia: fue negativa la acción de inspiración estrictamente materialista que motivó a los gestores y legisladores de la reforma de la seguridad social. Este fue quizás uno de los más importantes y complejos aspectos jurídicos que tuvieron lugar con posterioridad a la reforma constitucional de 1991. Sabemos también de profundas y muy bien fundamentadas críticas a la propia Constitución de 1991 y al modo equívoco como esta se llevó a cabo. Ingenuamente, cayó de nuevo la Nación, en la trampa de creer que los problemas se arreglan con leyes. El resultado fatal se hizo evidente con el paso de unos pocos años, a pesar de los sofismas que se atrevió a anunciar una publicación orientada entonces por uno de los más directos responsables del maremágnum: en aquel entonces, se afirmaba que la situación de salud en Colombia estaba por encima de los indicadores de algunos países más desarrollados. Pero, el sol no se oculta con las manos.
Ahora, la situación se agrava. El Estado legisla abundantemente, la enmarañada trama de reglamentaciones se orienta hacia la salvaguardia de los intereses monetarios del intermediario financiero, convertido por injusta ley, en el controlador inmisericorde de las acciones relacionadas con el acto médico.
El médico se ha tratado de reducir a la condición de operario de una determinada técnica, sobre un acúmulo de huesos, tendones, articulaciones y diversas vísceras: el usuario-cliente. El acto médico se reduce a un acto de facturación. En este ambiente, teñido de maloliente mercantilismo, prima la desconfianza entre las partes; el usuario-cliente, tiene que acudir, desconfiado y alerta, ante la práctica de un también desconfiado y atemorizado médico. Esta relación se convierte en escenario pleno en litigios y acusaciones por toda clase de responsabilidades: éticas, penales, administrativas y civiles. Se congestionan tribunales y juzgados.
Mientras los pobres hacen colas, se llenan de expedientes, de formularios, de tutelas y de toda clase de trámites burocráticos, los escritorios de los funcionarios que detentan el poder de autorizar o de "direccionar" a los clientes-usuarios. Proceden a hacerlo, con la natural intención de proteger los intereses económicos de su empleador, quien, sin ningún miramiento, está pendiente de sustituir a la pieza que no marche ajustadamente en el engranaje. A fin de cuentas, hay miles de egresados de las facultades y politécnicos de medicina, dispuestos a sudar la camiseta del banquero que los coloque. No tienen otra opción a la vista.
Los hospitales y clínicas, reducidos por condiciones financieras apremiantes, se convirtieron en objeto de la manipulación comercial y en víctimas de la asfixia de los pagadores, quienes ponen las condiciones que se les vayan ocurriendo, haciendo diestro uso de la legislación vigente, i.e. del mecanismo de las "glosas". La complejidad del "sistema reglamentario" de la ley original es superior, en volumen y contradicciones, a la misma ley. Aunque tenemos uno de los sistemas sanitarios más reglamentados del mundo, todavía se oyen voces de "autoridades" que alegan que el problema es de reglamentación.
Muchos se empeñan en no verlo así, pero el problema filosófico, es de la mayor envergadura: vivimos las consecuencias de una inspiración política deficiente en cuanto a lo que constituye el sentido último del Estado y a lo que se entiende por servicio de éste hacia el individuo, en aspectos como lo relacionado con su salud, su protección y su promoción humana. En el marco imperante, el individuo es meramente, un "homo económicus", la criatura solitaria que trata de sobrevivir en medio de una enrarecida atmósfera de materialismo brutal, que a lo mejor llenaría de pesimismo y terror, a desalmados como Carlos Marx y Jean Paul Sartre, sujetos que tampoco quisieron comprender el significado del concepto de la solidaridad y la responsabilidad comunitaria. Paradójicamente, están ellos dos en el trasfondo filosófico de quienes inspiraron la reforma. Estas son las consecuencias para la patria, de unos ejecutivos jóvenes y "brillantes", que armados de sus estudios de postgrado en algún sitio sajón, fotocopiaron indiscriminadamente lo que allí aplican los políticos de ésas latitudes, sin ninguna clase de perspectiva histórica, sin importarles que el nuestro es un país diferente a lo que muestran las pantallas de computador de las universidades norteamericanas o europeas. Por supuesto que lo ignoran: han renegado de su propia nacionalidad y se han limitado a vivir en una especie de presente interminable, con el esguince argumental de la "globalización". Ignoran y desprecian sistemáticamente lo que es la historia de Colombia. Cualquier referencia de orden humanístico para aquellos sujetos, es objeto simplemente de burla y de desprecio. Imperan las preocupaciones por los resultados a corto plazo, tal como lo dictamine la última moda de la administración de empresas: reingeniería, empowerment, calidad total, cuantificación de desempeño, lo que sea. Basta con que sea lo último.
El paciente, el compromiso hipocrático, se ha dejado de lado. Esto es lo que se les ha enseñado en los centros de adiestramiento a los operarios del sistema. Han olvidado muchas de las autoridades académicas de la medicina en Colombia (y en el mundo), que cuando se sustituye el ideal hipocrático, los móviles diferentes del médico hacia el paciente, se confunden con las más brutales formas de opresión que la humanidad haya conocido. Ya lo advertían los investigadores de los crímenes cometidos durante la segunda guerra mundial por los médicos puestos al servicio de la "Nueva Alemania", con la implementación de sus programas de eugenesia, eutanasia, higiene racial y otras fatales medidas, denominadas "de salud pública". La misma historia de aquellos comités de la revolución francesa, encargados de exterminar a los acusados de pertenecer al "ancién regimen". Hay que ver los exhaustivos estudios de Robert Jay Lifton y de James M. Glass.
Grave responsabilidad la de estos "educadores" de la nuevas concepciones. Porque han permitido horadar los fundamentos hipocráticos del acto médico, sabiendo cuáles son las aterradoras consecuencias de tal acción. El médico auténticamente comprometido con el bien de su paciente, conoce cuán cercanos son los límites de la fragilidad humana.
Aunque la opinión pública colombiana ha permanecido en un sorprendente marginamiento, se debe registrar que las voces de médicos dignos se han hecho sentir: Academia de Medicina de Medellín, Academia Nacional de Medicina, Colegio Médico de Antioquia. Es menester destacar nombres valerosos: Ramón Córdoba Palacio, Alfredo Naranjo Villegas, Carlos Santiago Uribe, Alberto Betancourt Arango, Luis Fernando Gómez Uribe, J. Mario Castrillón. Nadie puede decir que la sociedad no ha sido advertida. Se ha cumplido con el deber democrático de disentir 6
* Esta sección es un aporte del Centro Colombiano de Bioética, CECOLBE.

http://www.periodicoelpulso.com/html/oct02/opinion/opinion.htm

Nota

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Perfil

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Medellín, Antioquia, Colombia
Magister en Filosofía y Politóloga de la Universidad Pontificia Bolivariana. Diplomada en Seguridad y Defensa Nacional convenio entre la Universidad Pontificia Bolivariana y la Escuela Superior de Guerra. Docente Investigadora del Instituto de Humanismo Cristiano de la Universidad Pontificia Bolivariana. Directora del Grupo de Investigación Diké (Doctrina Social de la Iglesia). Miembro del Grupo de Investigación en Ética y Bioética (GIEB). Miembro del Observatorio de Ética, Política y Sociedad de la Universidad Pontificia Bolivariana. Miembro del Centro colombiano de Bioética (CECOLBE). Miembro de Redintercol. Ha sido asesora de campañas políticas, realizadora de programas radiales, así como autora de diversos artículos académicos y de opinión en las áreas de las Ciencias Políticas, la Bioética y el Bioderecho.

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