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La Ortotanasia

miércoles, 29 de julio de 2009

La Ortotanasia
Autor: Carlos Alberto Gomez Fajardo

En la medicina clásica griega se hace continua referencia, como lo recuerda don Pedro Laín Entralgo, al papel del médico como servidor de la naturaleza (Physis). El médico, quien actúa sabiendo por qué actúa, es un conocedor de la realidad, tanto de la realidad de la naturaleza, como de la del ser de su propio paciente. Su saber va más allá de la opinión y se aproxima al criterio de certeza racional y científica para la acción. El médico es un conocedor de pacientes y enfermedades, ha incorporado a su quehacer el concepto de “curso natural de la enfermedad”. La medicina hipocrática es un saber que se aferra a la realidad; en los tratados se menciona el “abstenerse de lo imposible”. Por tales razones el saber médico griego se encuentra en la raíz del árbol genealógico de la sabiduría de la cultura occidental.
Desde el siglo V aC se habla de la “ananke physeos”: la forzosidad, la necesidad inexorable de la naturaleza. Con facilidad en el estado actual de las posibilidades de aplicación de la tecnociencia puede perderse de vista tan esencial dato. Quizás por ello tiene lugar la frecuente medicalización del proceso de la muerte, en el ambiente hospitalario de alta complejidad y de máxima intermediación tecnológica e interdisciplinaria. En ocasiones dolorosas se pone en evidencia la pérdida del sentido de las proporciones: costos exagerados en la fase final de la vida, uso de medidas terapéuticas de beneficios dudosos, el extremo del encarnizamiento terapéutico. Además de ello, viene la generación de expectativas poco realistas alimentadas por el temor al sufrimiento, a la enfermedad y a la muerte. A ello se sobrepone el afán de la venta de aplicaciones tecnológicas desarrolladas y costosas que están en la punta de la tecnología del momento, como si con ello se cumpliera el deber de “hacer lo posible…” Si a lo anterior se suma la colectiva carencia e ignorancia de aspectos propios de la naturaleza humana -como lo religioso y lo trascendente- el panorama se torna aún más desolador, deseperanzador y algunas veces trágico. Esto sucede en lo que se llamó “situaciones límite”. En personas que carecen de puntos de referencia certeros -sin fe, sin apertura a la trascendencia- la aceptación de la realidad del sufrimiento originado en la enfermedad crónica degenerativa y otras circunstancias supone dificultades grandes, cuando no el máximo sentimiento de absurdo existencial. La ortotanasia hace relación al principio de la proporcionalidad. Citando a Elio Sgreccia, se refiere a la “evaluación de la terapia en el contexto de la totalidad de la persona”, con la exigencia racional de un sano equilibrio entre los beneficios, los riesgos, los costos, los resultados. Con ello se logra evitar la aplicación de medidas que no tengan resultados previsibles. En las situaciones terminales se imponen las medidas de apoyo, en el campo psicológico, en la efectiva presencia (solidaria, educativa, afectiva) que es necesitada en un entorno familiar muy afectado por la crisis. Los cuidados de hidratación, alimentación, aseo personal, analgesia y manejo de síntomas son medidas proporcionadas bien establecidas por el estado del arte de los cuidados paliativos. Todo ello, dentro de un soporte administrativo-logístico que facilite la ejecución oportuna y prudente de aquellas acciones. Este reconocido papel de los cuidados paliativos se enmarca dentro del ethos del respeto. Con la ortotanasia se honra el principio hipocrático del amor por la realidad al aplicarse la proporcionalidad en las medidas y evitar la futilidad y la generación de expectativas exageradas. Tal es el sentido técnico y humano de la medicina con la tradición del non nocere hipocrático. Es el imperativo de la prudencia: hacer lo debido y hacerlo bellamente, abstenerse de lo imposible, siempre con el norte del bien del paciente, frágil como el junco de Blas Pascal, como lo somos todos. “El hombre no es más que un junco, el más débil de la naturaleza, pero un junco que piensa. No es necesario que el universo entero se arme para aplastarle. Un vapor, una gota de agua son bastantes para hacerle perecer. Pero, aun cuando el universo le aplaste, el hombre sería más noble que lo que le mata, porque él sabe que muere.”

http://www.elmundo.com/sitio/noticia_detalle.php?idcuerpo=1&dscuerpo=Sección%20A&idseccion=3&dsseccion=Opinión&idnoticia=108508&imagen=&vl=1&r=buscador.php&idedicion=1277

Nota

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Medellín, Antioquia, Colombia
Magister en Filosofía y Politóloga de la Universidad Pontificia Bolivariana. Diplomada en Seguridad y Defensa Nacional convenio entre la Universidad Pontificia Bolivariana y la Escuela Superior de Guerra. Docente Investigadora del Instituto de Humanismo Cristiano de la Universidad Pontificia Bolivariana. Directora del Grupo de Investigación Diké (Doctrina Social de la Iglesia). Miembro del Grupo de Investigación en Ética y Bioética (GIEB). Miembro del Observatorio de Ética, Política y Sociedad de la Universidad Pontificia Bolivariana. Miembro del Centro colombiano de Bioética (CECOLBE). Miembro de Redintercol. Ha sido asesora de campañas políticas, realizadora de programas radiales, así como autora de diversos artículos académicos y de opinión en las áreas de las Ciencias Políticas, la Bioética y el Bioderecho.

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