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CASO TUSKEGEE Y LA TERRIBLE UNIDAD 731 JAPONESA

viernes, 31 de julio de 2009

Caso Tuskegee

Historia

En 1932 el PHS (Servicio Público de Salud) de los Estados Unidos decide llevar a cabo un estudio sobre la evolución de la sífilis en la población negra de Tuskegee, en el Condado de Macon (Alabama). Financiado con fondos federales se planteó como un estudio de casos y controles. Para ello fueron seleccionados unos cuatrocientos varones negros sifilíticos (de ahí lo de “claramente racista”), y otro grupo similar de doscientos no sifilíticos pobres y casi analfabetos sirvió de control. Su objetivo era comparar la salud y longevidad de la población sifilítica no tratada con el grupo control.


La gran vergüenza: planificación de la continuidad del estudio para ver la evolución de la sífilis sin tratamiento en la población negra

A los sujetos seleccionados para el estudio se les ofrecieron algunas ventajas materiales, incluso sanitarias, pero que en ningún caso incluían el tratamiento de la sífilis. También se les ofreció una comida caliente por día y cincuenta dólares en caso de muerte para solventar los gastos de su funeral.

Ante un entierro: los negros eran inhumados envueltos en un saco y la primera indemnización que recibían los pacientes tenía como fin poder costearse un ataúd. Para muchos esta era la mayor cantidad de dinero que habían recibido en su vida.

Además no se les informó de la naturaleza de su enfermedad y sólo se les dijo que tenían mala sangre (Bad Blood). Para explicar cómo se llegó a esta situación, el médico blanco que dirigía el ensayo utilizaba una terminología científica totalmente incomprensible para los sujetos.

El grupo de estudio fue formado como parte de la sección para enfermedades venéreas del servicio de salud publica de los Estados Unidos (PHS). El inicio del estudio Tuskegee se le atribuye comúnmente a Taliaferro Clark. Su propósito inicial era seguir el proceso natural de la sífilis sin tratamiento alguno, en un grupo de hombres afroamericanos, por 6 a 8 meses, para después continuar el seguimiento en una fase bajo tratamiento. Mas tarde, Clark accedió a la implementación de prácticas engañosas sugeridas por otros miembros del estudio. Clark se retiró del estudio un año después de haber comenzado.

En 1932 Raymond H. Vonderlehr era el director del experimento de Tuskegee. Personalmente realizó varios de los primeros exámenes físicos y procedimientos médicos. Vonderlehr desarrolló las políticas que moldearon la siguiente fase del proyecto. Fue él quien decidió obtener el “consentimiento” de los sujetos para la realización de punciones lumbares, en busca de signos de neurosífilis, promocionando las pruebas diagnósticas como un “tratamiento gratuito especial”. Vonderlehr se retiro como director de la Sección de Enfermedades Venéreas en 1943.

Jean R. Heller fue asistente de Vonderlehr y lo sustituyó como Director de la Sección de Enfermedades Venéreas del PHS. La dirección del experimento por Heller coincidió con la introducción de la penicilina en otras clínicas de la PHS como tratamiento de rutina para la sífilis, así como con la formulación del Código de Nuremberg, con el cual se buscaba proteger los derechos de los sujetos de investigación. El estudio fue expuesto a la opinión pública en 1972; Heller defendió los principios éticos del experimento hasta el final.

En los años treinta la comunidad científica tenía cierta confianza en el tratamiento de la sífilis si bien no se disponía de una terapia específica verdaderamente eficaz. Sin embargo, ya en 1936 se comprobó que las complicaciones eran mucho más frecuentes en los infectados que en el grupo control, y diez años después resultó claro que el número de muertes era dos veces superior en los sifilíticos.

Ya en 1947 la penicilina se había convertido en el tratamiento estándar para la sífilis. Antes de su descubrimiento, la sífilis frecuentemente conducía al desarrollo de una enfermedad multisistémica, crónica, dolorosa y fatal. En lugar de tratar a los sujetos sifilíticos con penicilina y cancelar el estudio, los científicos de Tuskegee se negaron a usar penicilina o a proporcionar información sobre la misma, con el objetivo de continuar el estudio acerca de cómo la enfermedad progresa y mata al paciente. Incluso se elaboró una lista con los nombres de los sujetos sifilíticos para evitar que les sea administrada (penicilina) por personal sanitario ajeno al ensayo. Los participantes también fueron persuadidos de entrar a otros programas de tratamiento que estaban disponibles para otras personas en el área.

Los que recibieron tratamiento antes de 1972 fue por médicos que no estaban relacionados con el estudio. La investigación continuó sin cambios sustanciales y se publicaron trece artículos en revistas médicas hasta que, el 27 de Julio de 1972 apareció un artículo en el periódico Washington Star condenando este caso. El artículo fue escrito por Jean Heller en respuesta a una carta enviada por Peter Buxtun. La noticia salió en la primera página del New York Times al día siguiente, momento en el que comenzó el escándalo y cesó el experimento. La justificación que dieron los investigadores fue que no hacían más que observar el curso natural de la enfermedad.

Para el final del estudio, sólo setenta y cuatro de los sujetos de experimentación continuaban con vida. Veintiocho de los hombres habían muerto directamente a causa de la sífilis; cien murieron por complicaciones derivadas de ella; cuarenta esposas de los sujetos de experimentación fueron infectadas; diecinueve niños nacieron aquejados de sífilis congénita. Los supervivientes recibieron tratamiento y una indemnización del gobierno que también percibieron los familiares de los fallecidos. Ninguno de los investigadores fue sancionado.

El estudio Tuskegee es frecuentemente citado como uno de los más grandes incumplimientos de ética y confianza entre el médico y sus pacientes. Además de que condujo a la elaboración del reporte Belmont y al establecimiento del Consejo Nacional para la Investigación Humana y los consejos Institucionales de Revisión de Protocolos de Investigación.

El 16 de mayo de 1997 el entonces presidente de los Estados Unidos, Bill Clinton, pedía disculpas a los ocho sobrevivientes del Experimento Tuskegee: “El gobierno de los Estados Unidos hizo algo incorrecto –profunda y moralmente incorrecto. Fue una atrocidad hacia nuestro compromiso con la integridad y la igualdad para todos nuestros ciudadanos… claramente racista.”

Caso

Una enfermera que colaboró en el estudio, hizo su declaración ante la comisión del Senado que investigó el caso.

La señorita Evers, enfermera de raza negra, intentó justificar el estudio por las ventajas que aportó a la población negra de Tuskegee: por primera vez el gobierno estadounidense se preocupaba por los negros y ofrecía asistencia médica gratuita. Para ella lo más importante era que se percibiera esta preocupación por la gente de color.

Ella mostró una conducta ambivalente. Por un lado percibió las ventajas, ante todo sociales frente a la cuestión racial y, en su afán porque prosiga el experimento, llegó incluso a trastocar el concepto de secreto profesional que, lógicamente, debería referirse a la preservación de la intimidad de los pacientes y, en cambio, consideró un deber moral guardar secreto sobre el engaño a que están sometidos.

Pero por otro lado se dio cuenta del perjuicio que suponía no recibir el tratamiento y abogó porque se les administre el antibiótico, planteándose abandonar el programa por problemas de conciencia. Finalmente acabó robando penicilina con objeto de aplicársela a uno de los sujetos. Es curioso los esfuerzos que hizo para informarle de la posibilidad de reacciones adversas y su preocupación porque sea el propio paciente quien tome la decisión de recibir el tratamiento, a pesar de encontrarse ya en una fase de la enfermedad que afectaba su capacidad de entendimiento.

Asombrosamente, en su declaración, Evers acabó justificando el experimento Tuskegee porque perseguía un “bien más amplio”, aunque resaltando que nunca se habría realizado en una población blanca. Ella también creía haber vivido un momento histórico y consideraba que los perjuicios ocasionados a los pacientes podían justificarse por los beneficios obtenidos para la comunidad negra en general.

LA TERRIBLE UNIDAD 731 JAPONESA

Al terminar la Primera Guerra Mundial en 1918 los médicos de ejército japonés comenzaron a estudiar los productos químicos y biológicos usados durante los combates en Europa. El Comandante Terunobu Hasebe fue asignado para controlar los resultados obtenidos por un equipo de 40 científicos dirigidos por el doctor Ito. Pronto las observaciones del grupo de expertos demostraron que se trataban de armas capaces de producir devastaciones masivas en los ejércitos enemigos, pero para el orgulloso ejército japonés aquello resultó demasiado deshonorable. Sin embargo, esta actitud cambiaría tras el viaje de un, entonces, desconocido médico a occidente.

Ishii Shiro se graduó en la Universidad de Kyoto en 1920, e inmediatamente entró en el ejército. En 1924, volvió a la Universidad de Kyoto para cursar estudios especializados, casándose con la hija de Torasaburo Akira presidente de la universidad, doctorándose en 1927. Un año después fue enviado a Europa con el cargo de agregado militar, viajando durante dos años en diversas ocasiones a América, familiarizándose con las investigaciones biológicas de los países Occidentales. A su regreso a Japón se consagró a promover, investigación y fabricar armas biológicas. Su teoría se basaba en que la guerra moderna sólo podría ser ganada con el uso de la ciencia y su capacidad para producir armas de destrucción masiva.

Un hecho fortuito ayudó a implantar las teorías de Ishii. Tras su regreso de Europa, un tipo de meningitis hizo erupción en Shikoku. Ishii diseñó un filtro de agua especial que ayudó a parar la expansión de la enfermedad. Su capacidad como bacteriólogo comenzó a ser famosa, sobre todo en el ejército, donde presentó la epidemia como una muestra del resultado que podían dar sus armas científicas.

Las armas biológicas industriales resultaban ideales para su país cuyos recursos naturales eran muy pobres. En plena carrera armamentística, poco importó su falta de moralidad, Ishii encontró partidarios poderosos de sus ideas en el ejército: el Coronel Tetsuzan Nagata, jefe de asuntos militares; el Coronel Yoriniichi Suzuki, jefe de lST, la sección táctica del Estado Mayor del Ejército Imperial; el Coronel Ryuiji Kajitsuka jefe de buró médico del ejército; y el Coronel Chikahiko Koizumi, cirujano jefe del Ejército. El apoyo definitivo vino de la mano del Ministro del Ejército Sadao Araki líder de la facción fundamentalista del ejército "proceder imperial".

El 18 de septiembre de 1931, Japón ocupó el todo del nordeste de China. Ishii y su unidad para investigación bacteriológica se estableció al norte de Manchuria, en donde el ejército de Kuantung podía mantener un suministro ilimitado de prisioneros chinos para realizar toda clase de experimentos humanos.

Al final de agosto, 1932, Ishii llevó un grupo de 10 científicos de la Universidad Médica del Ejército hacer una gira de Manchuria y regresó con la decisión para asentar definitivamente su centro de investigaciones en un lugar cerca del rió Peiyin a 20 kilómetros sur de Harbin. El centro se inauguró a finales de 1932 bajo el nombre de Unidad de Kamo o Unidad de Togo. Ishii fue promovido a coronel y recibió un presupuesto de 200.000 yens.

En 1936 se establecieron definitivamente dos unidades por orden de Emperador Hirohito: una era la unidad de Ishii bajo el nombre de "Prevención Epidémica y Sección de purificación de Agua del Ejército de Kuantung" (el nombre no se cambió a Unidad 731 hasta las 1941), que fue trasladada a una nueva base en Pingfan a 20 kilómetros al sudoeste de Harbin. La segunda fue la Unidad de Yujiro Wakamatsu (después cambió a Unidad 100) estableciéndose en Mengchiatun, cerca de Changchun, con el nombre de “Sección de Prevención de la Enfermedad Veterinaria del Ejército de Kuantung”. En junio de 1938, la Unidad 731 tuvo lista su base de Pingfang que ocupaba una área de 32 kilómetros cuadrados ocupada por 3.000 personas entre científicos y técnicos.

En la campaña del 13 de agosto de 1937, y ante la atenta mirada de las armadas occidentales, el ejército japonés usó gas venenoso contra las tropas chinas. Antes de entrar en guerra contra los aliados Japón usó por lo menos en cinco ocasiones productos de guerra bacteriológica en China, intentando producir epidemias y plagas: el 4 de octubre de 1940 un avión japonés dejó caer bacterias en Chuhsien, provincia de Chechiang, causando la muerte de 21 personas; el 29 del mismo mes otro avión japonés lanzó bacterias sobre Ningpo, igualmente en Chechiang, matando a 99 personas; el 28 de noviembre del mismo año, los aliados se enteraron de que aviones japoneses habían dejado caer gérmenes en Chinhua pero no produjeron víctimas; en enero 1941 Japón extendió gérmenes en Suiyuan y Shansi causando erupciones epidémicas de cierta consideración.

Estados Unidos, ante estos resultados no tomó el programa biológico japonés en serio, posiblemente porque Japón estaba muy lejos y no podría lanzar un ataque masivo contra el continente americano. Los informes de la época, sorpresivamente, también afirman que los militares estadounidenses creían que los japoneses serían incapaces de desarrollar sofisticadas armas biológicas sin la ayuda de “hombres blancos”. En agosto 1942, el periódico médico Rocky Mountain publicó un largo artículo con el título "Pruebas de guerra de gérmenes japonesas contra chinos” asombrando a los desprevenidos americanos.

Entre el gran número de prisioneros japoneses capturados en el Pacífico Sur se habían localizados a médicos especializados en la guerra de destrucción masiva. Se averiguó que Japón sólo les había dejado saber lo que les convenía antes de entrar en guerra. Su programa se encontraba mucho más avanzado de lo que jamás habían sospechado. Los americanos se enteraron entonces que Tokio era el centro para la experimentación biológica y por primera vez surgió el nombre de Ishii Shiro como precursor de la guerra biológica japonesa con su unidad camuflada como especialistas en prevención epidémica tras la oficina principal de purificación de agua a Harbin. De pronto, el tamaño de Unidad 731 y sus bombas de gérmenes y virus resultaron un peligro real.

La enorme distancia que separaba a Japón de Estados Unidos parecía su protección más segura, pero los japoneses habían ideado un sistema increíblemente sencillo y barato de alcanzar el continente enemigo. Varios sumergibles nipones ya habían lanzado globos con cargas incendiarias sobre las costas de Estados Unidos y Canadá. Los aliados los consideraban como un arma ridícula que no obtenía ningún resultado, sólo producía pequeños incendios. Aquellos incendios eran observados desde los sumergibles anotándose el éxito o el fracaso de alcanzar la costa, de tal modo que Ishii y sus hombres pudieran calcular la cantidad de globos que se debían lanzar con armas biológicas para que pese a los fallos su resultado fuera letal. Los globos “Fugo” resultaron un peligro inesperado.
Sólo una semana después de Japón se rindió, el coronel Sanders se encontraba entre el primer grupo de americanos que aterrizó en Japón. Su misión era localizar la máquina de guerra biológica japonesa y al propio Ishii lo más pronto posible. En los siguientes tres meses, Sanders interrogó a muchos miembros militares y científicos de Unidad 731, entre ellos a Yoshijiro Umezu, Jefe del Personal del Ejército de Kuantung, al Comandante en Jefe del Ejército, el diputado coronel Tomosa Masuda, al especialista Jun'ichi Kaneko, pero no el propio Ishii que siempre se le escapaba de las manos.

En septiembre de 1945, Sanders descubrió que la Unidad 731 estaba envuelta en horrorosos experimentos con humanos. Informado el general MacArthur de las increíbles torturas y suplicios por los que habían pasado, no sólo los presos chinos, sino los propios americanos contestó: "Necesitamos más evidencias. Simplemente no podemos actuar sin más. Siga yendo. Haga más preguntas. Y quédese callado sobre todo esto".

Sanders estuvo sólo diez semanas en Japón pues comenzó a sentirse enfermo. Se trataba de una tuberculosis que tardó en curar dos años. La segunda fase de investigación fue realizada por el teniente coronel Arvo T. Thompson, un veterinario.

Cuando Coronel Thompson llegó a Japón, el Tribunal Militar Internacional para el Este Lejano apenas había comenzado sus juicios sobre los criminales de guerra japoneses. Por fin fue localizado Ishii Shiro. Intentando ocultarlo a los soviéticos se le declaró muerto, se publicó la noticia en los periódicos y se simuló un entierro en su pueblo natal. El interrogatorio de Ishii duró desde 17 de enero al 25 de febrero de 1946.

Ishii cambió sus conocimientos no sólo por su indulto y el de sus hombres; también por que fuera borrado por completo su historial y pudiera llevar una vida normal. Shiro Ishii tras su estancia en Estados Unidos volvió al Japón recibiendo los máximos honores. Murió en 1959 de un cáncer en la garganta tras haber sido gobernador de Tokio, presidente de la Asociación Médica y del Comité Olímpico del Japón en la posguerra.

Aquella protección a unos científicos que causaron el sufrimiento y el dolor sin el menor remordimiento repelió a muchos de los americanos que intervinieron en su protección y ocultamiento. El coronel Thompson terminó suicidándose y el general McArthur se manifestó en contra de aquella actuación de su gobierno y fue retirado de la misión por petición propia.

Experimentos con seres humanos similares a los realizados por el grupo de Ishii, se habían condenado como crímenes de guerra por el Tribunal Militar Internacional en el juicio contra los criminales de guerra nazis, comenzado en Nuremberg el 30 de septiembre de 1946. Sin embargo, el gobierno de Estados Unidos perdonó a los científicos japoneses a cambio de sus secretos en la guerra bacteriológica amparándose en la excusa de que se aproximaba un posible enfrentamiento con la Unión Soviética.

Experimentos realizados por la unidad 731

· Disección de personas vivas para experimentos de laboratorio y en ocasiones asesinados simplemente para documentar la muerte. El número de personas utilizado para este fin iba de las 400 a las 600 cada año.

Médico japonés examina las vísceras de un prisionero atado y sin anestesiar.

· A partir de la segunda mitad de 1940, las tropas agresoras japonesas empezaron el uso a gran escala de armas bacteriológicas, y desencadenaron todo tipo de enfermedades infecciosas como el cólera, el tifus, la pestilencia, ántrax, difteria y bacteria de la disentería.
· Congelaban a los prisioneros y los sometían a técnicas de deshidratación severas y documentaban la agonía.

Los prisioneros chinos recibían el nombre de marutas (madera para quemar). En esta imagen sus cuerpos congelados esperan ser analizados.

· Los exponían a bombas para aprender a curar a los heridos japoneses. Bombardearon poblados y ciudades chinas con pulgas infectadas y dieron a los niños golosinas con ántrax. Después entraban para comprobar los daños a la población y se llevaban enfermos todavía vivos para abrirlos y perfeccionar el arma.
· Contaminaron las fuentes de agua.
· Algunos de los experimentos llevados a cabo allí incluían inyectar a los sujetos con bacterias causantes de la peste bubónica producidas en moscas infectadas, para luego registrar la evolución de la enfermedad e incluso disecarlos en estado consciente.

Prisioneros dejados a merced de las ratas para comprobar su capacidad de contaminación

· Los japoneses no dejaron nada sin probar: hongos, fiebre amarilla, tularemia, hepatitis, gangrena gaseosa, tétano, cólera, disentería, fiebre escarlata, ántrax, muermo, encefalitis de las garrapatas, fiebre hemorrágica, difteria, neumonía, meningitis cerebroespinal, enfermedades venéreas, peste bubónica, tifus, tuberculosis y otras endémicas de China y Manchuria. Realizaron pruebas con cianuro, arsénico, heroína, con veneno de serpientes y de pez erizo. En este programa murieron más de 10.000 personas.

Una mujer embarazada es descuartizada para analizar los efectos de los productos en ella y el feto.


· Algunos murieron como consecuencia de las investigaciones. Otros fueron ejecutados cuando quedaron tan débiles que no podían continuar en la Unidad 731 y en otros tantos puntos se hicieron tests con insectos, y todo tipo de gérmenes. Se probaba la resistencia humana al botulismo, ántrax, brucelosis, cólera, disentería, fiebre hemorrágica, sífilis y también la resistencia a los rayos X.



Conclusiones

· Estos dos casos son un claro ejemplo de aberrantes abusos de sujetos humanos. Es por eso que en 1974, el Congreso Estadounidense crea una comisión para abordar el problema de la experimentación con sujetos humanos, formada, no sólo por científicos, sino también por otros profesionales: filósofos, juristas, teólogos, sociólogos, etc. Cuatro años más tarde esta comisión da a conocer sus conclusiones en el llamado Informe Belmont,

· Está claro que en los dos casos tratados se transgreden los Principios Bioéticos.

o El de beneficencia, ya que no se buscó el mayor bien de los pacientes.
o El de autonomía, al no haber obtenido su consentimiento en base a una información adecuada y llevando a cabo actuaciones bajo engaño.
o El de justicia, pues no hubo una selección equitativa de los sujetos y se utilizó una población tan vulnerable como la de negros indigentes, ofreciéndoles además ciertas ventajas como medio de coacción.
o El de no-maleficencia, el de más categoría moral desde la época hipocrática, pues no administrar un tratamiento indicado es maleficente y puede llegar a ser homicidio por omisión.

· Es evidente también que en los dos experimentos mencionados no se tienen en cuenta los siguientes artículos de Nüremberg:

o art. 1º: “Es absolutamente esencial el consentimiento voluntario del sujeto humano. Esto significa que la persona implicada debe tener capacidad legal para dar consentimiento, su situación debe ser tal que pueda ser capaz de ejercer una elección libre, sin intervención de cualquier elemento de fraude, engaño, coacción u otra forma de costreñimiento o coerción; debe tener suficiente conocimiento y comprensión de los elementos implicados que le capaciten para hacer una decisión razonada y consciente. Este último elemento requiere que antes de que el sujeto de experimentación acepte una decisión afirmativa, debe conocer la naturaleza, duración y fines del experimento, el método y los medios con los que será realizado; todos los inconvenientes y riesgos que pueden ser esperados razonablemente y los efectos sobre su salud y persona que pueden posiblemente originarse de su participación en el experimento (…) “

o art. 9º: “Durante el curso del experimento el sujeto humano debe estar en libertad de interrumpirlo si ha alcanzado un estado físico o mental en que la continuación del experimento le parezca imposible”.

· En el experimento de Tuskegee se llega incluso a trastocar el concepto de secreto profesional que, lógicamente, debería referirse a la preservación de la intimidad de los pacientes y, en cambio, considera un deber moral guardar secreto sobre el engaño a que están sometidos.

· El médico, antes que investigador, debe ser el protector de la vida y la salud de su paciente, y el sujeto que participe en una investigación debe recibir el mejor tratamiento disponible. Ninguna de estas normas éticas fue aplicada en los casos estudiados.




FUENTES DE INFORMACIÒN

Fuentes Hemerográficas

· Agustín del Cañizo Fernández- Roldán. “El experimento Tuskegee/ Miss Evers’ Boys (1997). Estudio de la evolución de la sífilis en pacientes negros no tratados”. Revista Med Cine 1 2005; 12- 16

Fuentes Electrónicas

· http://www.sau-net.org/comites/bioetica.htm
· www.usal.es/~revistamedicinacine/numero_1/version_espanol/esp_1/tuske_esp.pdf
· http://www.revistacts.net/4/10/015/file
· http://laperiferiaeselcentro.blogspot.com/2007/07/el-experimento-tuskegee.html
· sgm.casposidad.com/prensa/u731.htm
· www.editorialbitacora.com/armagedon/unidad/unidad.htm


Tomado de:
UNIVERSIDAD DE SAN MARTÌN DE PORRES
FACULTAD DE MEDICINA HUMANA
Curso: Ética y Deontología Humana

Temas: Caso Tuskegee y Unidad 731
Docente: Dr. Alfredo Benavides
Integrantes: Rosalia Vílchez Ruidías
CHICLAYO-PERÙ
2008

Nota

Este es un espacio para compartir información, la mayoria de los materiales no son de mi autoria, se sugiere por tanto citar la fuente original. Gracias

Perfil

Mi foto
Medellín, Antioquia, Colombia
Magister en Filosofía y Politóloga de la Universidad Pontificia Bolivariana. Diplomada en Seguridad y Defensa Nacional convenio entre la Universidad Pontificia Bolivariana y la Escuela Superior de Guerra. Docente Investigadora del Instituto de Humanismo Cristiano de la Universidad Pontificia Bolivariana. Directora del Grupo de Investigación Diké (Doctrina Social de la Iglesia). Miembro del Grupo de Investigación en Ética y Bioética (GIEB). Miembro del Observatorio de Ética, Política y Sociedad de la Universidad Pontificia Bolivariana. Miembro del Centro colombiano de Bioética (CECOLBE). Miembro de Redintercol. Ha sido asesora de campañas políticas, realizadora de programas radiales, así como autora de diversos artículos académicos y de opinión en las áreas de las Ciencias Políticas, la Bioética y el Bioderecho.

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